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Crímenes exquisitos, de Curtis Garland

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Curtis Garland escribió Crímenes exquisitos en 2012, pero nunca llegó a publicarse en España (aunque sí allende los mares, en edición no venal, de la mano de Latinoamericana de Ediciones, en 2013). Matraca Ediciones trae por primera vez a nuestro país esta obra del maestro del suspense Curtis Garland, ambientada en el Londres victoriano, donde un distinguido y meticuloso asesino en serie se las hace pasar canutas al detective Wade Shylogh, un personaje tan conseguido literariamente como el Hercule Poirot de Agatha Christie o el mismísimo Sherlock Holmes de Arthur Conan Doyle.

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Prólogo.- CARTA PARA CURTIS GARLAND, EXQUISITO ESCRITOR DE CRÍMENES, por Andrés Peláez Paz -curtisólogo-

Querido Juan Gallardo:

Un reciente amigo, Pepe Cueto, admirador de tu obra y atrevido y valeroso editor, ha tenido la honorable osadía de publicar una novela tuya, y de encargarme que escribiese unas palabras como prologuillo a la misma.

Pero Juan, ¿qué les voy a poder contar a los que se aventuren en estas breves palabras sobre ti y tu obra? Me pregunto qué les podría decir que les sorprendiera sobre mi amor por ti y tu literatura, porque esperarán grandes revelaciones y les decepcionaré.

Porque, ¿sabes, Juan, querido Curtis?, yo sé pocas cosas de ti, apenas lo que deduzco de lo que leo. No tuve la suerte de conocerte y tertuliar contigo allí, en Barcelona, con todos tus colegas, con los que compartiste tus últimos años de vida. Sé, eso sí, lo que me cuenta tu hija Mercedes, con la que mantengo una relación de gran cariño y afecto, como si ella fuera una médium que me transmitiera mensajes tuyos desde el más allá, que seguro que es Londres y estás en el siglo XIX.

Tus últimos años fueron duros, difíciles para tu vida de escritor, y no solo por la triste muerte de tu mujer —a la que homenajeas aquí, en el Watson de esta novela victoriana, escondida tras el evidente nombre de Terry, la tierra que pisaron tus pies y que te sostuvo siempre, desde que la conociste en aquellos primeros años de películas del Oeste que tanto os gustaban a los dos—, sino también por las dificultades de seguir haciendo lo que siempre hiciste tan bien, tras el derrumbe del mercado editorial de la literatura popular.

Sabemos, sé, que publicaste muchas obras que han terminado en una misteriosa editorial que distribuía tus nuevas novelas en la lejana Hispanoamérica, y de las que lo desconozco casi todo. Y también sé, por Mercedes, tu querida hija, ahora mi amiga, que dejaste escritas algunas obras inéditas, entre ellas Crímenes exquisitos, que ahora edita Matraca admirablemente. Mercedes me contaba hace poco que corregías la novela en la cama del hospital, antes de que te fueras sin avisar.

He leído la novela con la misma emoción que todas las tuyas y si digo que no me he sorprendido, no te lo tomes a mal, amigo, porque es un elogio, el mejor elogio, porque al finalizar, me he quedado con los folios entre mis manos, pensativo, con el hormigueo que te deja el recuerdo de haber frecuentado aquel país de la imaginación que forjaste durante tantos años, y se me ha escapado una sonrisa triste al pensar que no sé si podré volver a vivir esa experiencia dulce y maravillosa que supone para mí la lectura de una nueva novela.

Crímenes exquisitos es tu vuelta al mundo victoriano, cuando la niebla había caído sobre Londres, a tu admirado Jack el Destripador, a las sucias calles de Whitechapel, llena de una humanidad triste, doliente y pobre, que muere bajo los cuchillos de burgueses psicópatas, de niños ricos que se aburren de la vida regalada que malviven, que frecuentan las carnes cansadas de viejas prostitutas y los garitos de mala muerte, de mala muerte.

Esta historia podría ser el número 618 de Selección Terror de Bruguera, que se les quedó ahí, traspapelada, cuando el imperio cayó: tu mundo, tan querido, el de ese imaginario victoriano que tan bien supiste recrear (la novela se desarrolla en 1890, y haces —como no podía ser menos— alguna referencia a Jack; la creación de esos ambientes con tus palabras rápidas, pero cuidadosas, capaces de hacernos sentir en nuestras pieles el escalofrío de la humedad de esas calles mal iluminadas, con los faroles como únicos testigos de los crímenes sucios que nos cuentas con tanto talento, con un talento cariñoso, como si nos quisieras decir que allí es donde deberíamos haber estado, y no en este mundo tan mezquino.

Pero te confieso, Juan, que tu inteligencia y talento de escritor popular, del mejor escritor popular de la época que te tocó vivir, me han traído sorpresas, variaciones, nuevas aportaciones o elementos que quizás no supe ver en otras novelas tuyas o que, tal y como creo, son novedades que nos regalas, como si supieras que el tiempo del viaje estaba llegando a su fin.

Y hablo de ese aire sherlockiano que circula por todas las páginas de este relato magnífico, con la originalidad de ese Watson femenino, Terry, que toma nota de todas las investigaciones y aventuras que vive junto a su jefe, el detective privado Shylog (¿no suena a Sherlock o es mi incurable enfermedad holmesiana?), y homenaje póstumo a la mujer que amaste y te amó hasta el final; y ese algo raro, exquisito y macabro a la vez que hay en los métodos del asesino, que quizás no sea más que un adiós metafórico a la relación entre el Arte y la Muerte, que son las columnas esenciales de tus relatos preferidos y mejores, y que nos hablan de aquello de De Quincey del asesinato como una de las bellas artes.

Juan, amigo, tío, has escrito una novela estupenda, tuyaexquisita, llena de crímenes bellos y espantosos, pero nunca te perdonaré que desaparecieras en la niebla, sin avisar, en tu coche de caballos, en busca del Destripador.

Te quiere y te admira…

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